Extractos de:
Los sueños de un visionario explicados por los sueños de la Metafísica (1766)
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«La verborrea metódica de los centros de enseñanza superior no constituye a menudo más que una estrategia para eludir mediante significaciones mudables de las palabras una pregunta difícil de solucionar, ya que el cómodo y, en gran medida, razonable no sé es difícil de oír en las Academias.» (p. 29)
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«Pues sobre lo que se sabe mucho prematuramente en la infancia, de eso, con la edad, se está seguro de no saber nada, y el hombre maduro llega a ser, a lo más, finalmente el sofista de su ilusión juvenil.» (p. 30)
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«Por tanto, se puede suponer la posibilidad de seres inmateriales sin temor a ser refutado y sin esperanza de poder demostrar esa posibilidad mediante argumentos racionales. (…) Al menos no se objetará ninguna imposibilidad demostrable, a pesar de que el asunto mismo permanezca incomprensible, si afirmo que una sustancia espiritual, aunque sea simple, ocupa, sin embargo, un espacio (es decir, puede ser inmediatamente activa en él) sin llenarlo (es decir, sin oponer resistencia a sustancias materiales).» (pp. 34-35)
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«(…) Si bien por lo general no me atrevo a confrontar mi capacidad de entendimiento con los secretos de la naturaleza, sí tengo en cambio la suficiente confianza para no temer de ningún adversario, por muy terribles que sean sus armas (suponiendo que yo tuviera alguna inclinación a la disputa), poner a prueba con él en una refutación los argumentos contrarios, en lo cual consiste propiamente la habilidad de los sabios para demostrarse recíprocamente su ignorancia.» (p. 41)
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«Me parece que ninguna fidelidad ni inclinación anterior a todo examen arrebata a mi espíritu su docilidad ante toda clase de argumentos, sean a favor o en contra, con la excepción de una sola: la balanza del entendimiento no es totalmente imparcial y un brazo suyo, el que lleva la inscripción esperanza del futuro, posee una ventaja mecánica que hace que incluso débiles razones instaladas en su plato levanten del otro especulaciones que de por sí tienen un mayor peso. Esta es la única inexactitud que no puedo suprimir y que, de hecho, tampoco quiero suprimir. Confieso, pues, que todas las historias sobre apariciones de almas separadas o sobre influjos de espíritus y todas las teorías sobre la naturaleza probable de seres espirituales y su relación con nosotros pesan más únicamente en el platillo de la esperanza; por el contrario, en el de la especulación parecen diluirse en puro aire. Si la solución al problema planteado no estuviera en simpatía con una inclinación previamente establecida ¿qué ser razonable dudaría entre estimar más posible admitir una clase de seres absolutamente heterogéneos a todo lo que enseñan los sentidos o bien imputar algunas experiencias al autoengaño o a la ficción que, en la mayoría de las ocasiones, son habituales?.» (p. 72-73)
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«(…) La consideración, razonable aunque algo tardía, de que, la mayoría de las veces, pensar con prudencia es algo fácil, pero, por desgracia, sólo después de que uno se ha dejado embaucar durante cierto tiempo.» (p. 100)
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«Pues sobre lo que se sabe mucho prematuramente en la infancia, de eso, con la edad, se está seguro de no saber nada, y el hombre maduro llega a ser, a lo más, finalmente el sofista de su ilusión juvenil.» (p. 30)
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«Por tanto, se puede suponer la posibilidad de seres inmateriales sin temor a ser refutado y sin esperanza de poder demostrar esa posibilidad mediante argumentos racionales. (…) Al menos no se objetará ninguna imposibilidad demostrable, a pesar de que el asunto mismo permanezca incomprensible, si afirmo que una sustancia espiritual, aunque sea simple, ocupa, sin embargo, un espacio (es decir, puede ser inmediatamente activa en él) sin llenarlo (es decir, sin oponer resistencia a sustancias materiales).» (pp. 34-35)
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«(…) Si bien por lo general no me atrevo a confrontar mi capacidad de entendimiento con los secretos de la naturaleza, sí tengo en cambio la suficiente confianza para no temer de ningún adversario, por muy terribles que sean sus armas (suponiendo que yo tuviera alguna inclinación a la disputa), poner a prueba con él en una refutación los argumentos contrarios, en lo cual consiste propiamente la habilidad de los sabios para demostrarse recíprocamente su ignorancia.» (p. 41)
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«Me parece que ninguna fidelidad ni inclinación anterior a todo examen arrebata a mi espíritu su docilidad ante toda clase de argumentos, sean a favor o en contra, con la excepción de una sola: la balanza del entendimiento no es totalmente imparcial y un brazo suyo, el que lleva la inscripción esperanza del futuro, posee una ventaja mecánica que hace que incluso débiles razones instaladas en su plato levanten del otro especulaciones que de por sí tienen un mayor peso. Esta es la única inexactitud que no puedo suprimir y que, de hecho, tampoco quiero suprimir. Confieso, pues, que todas las historias sobre apariciones de almas separadas o sobre influjos de espíritus y todas las teorías sobre la naturaleza probable de seres espirituales y su relación con nosotros pesan más únicamente en el platillo de la esperanza; por el contrario, en el de la especulación parecen diluirse en puro aire. Si la solución al problema planteado no estuviera en simpatía con una inclinación previamente establecida ¿qué ser razonable dudaría entre estimar más posible admitir una clase de seres absolutamente heterogéneos a todo lo que enseñan los sentidos o bien imputar algunas experiencias al autoengaño o a la ficción que, en la mayoría de las ocasiones, son habituales?.» (p. 72-73)
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«(…) La consideración, razonable aunque algo tardía, de que, la mayoría de las veces, pensar con prudencia es algo fácil, pero, por desgracia, sólo después de que uno se ha dejado embaucar durante cierto tiempo.» (p. 100)
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Immanuel Kant, Los sueños de un visionario explicados por los sueños de la Metafísica, Alianza Editorial, El Libro de Bolsillo 1271, Madrid 1987
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