"Queria entender o explicar el mundo tal como él se muestra de hecho, en lugar de reducirlo a la imagen que nos ofrecen las ideas preconcebidas, las concepciones del mundo existentes, o todas las mentiras grandes y pequeñas de la vida a las que hemos tomado afecto. Había intentado llegar cerca de la verdad, dejarse conmover en su propio pensamiento y en sus propios conceptos de la realidad. Arendt, que hasta ahora había hablado del mal radical en el sentido de Kant, en la última frase del libro introdujo en el mundo el lema de la 'banalidad del mal', un conocimiento que se debía también a la risa y, en circunstancias normales, limitadas a la razón, no habría entrado en el texto de modo tan sencillo, sin fundarlo y deducirlo racionalmente. / Quizá, como suponía Walter Benjamin en Zentralpark, en la risa se abre un ámbito del propio interior que de otro modo no es accesible a la reflexión. [...] Por lo tanto, hablaba la ironía para ir al fondo de las cosas, para ir al fondo de algo trágico de lo que no podía hablar la tragedia, pues la magnitud de la emoción nos habría enmudecido y se habría adormecido el entendimiento. La risa de Arendt había aflojado el tejido moral, amarrado con demasiada fuerza, que en tiempos anteriores habían tejido los teólogos, los filósofos y los eruditos, pero que no estaba preparado para el fenómeno del asesinato en masa 'sin motivos', y no tenía nada que decir sobre esto. La risa se había dado a conocer como un evento del pensamiento" (p. 41-42).
"Lo natural, sencillo, no forzado se ha perdido junto con la pérdida del lenguaje y del originario contexto cultural. Este hecho es definitivo. Exilio significa la certeza de que toda manifestación y encuentro, todos los sentimientos, gestos y reacciones siempre tienen que ser transportados, traducidos, es decir, acentuados, esclarecidos. La simple diferencia de la expresión lingüística constituye siempre un impedimento o, mejor, un umbral, que un emigrante ha de traspasar en cada momento, en cada palabra, en cada gesto. 'Nada está [...] en su debido lugar. Todo está en el exilio' (Scholem)" (p. 58).
"En el estudio de Arendt sobre la revolución (una tragedia, tal como ella escribía a Jaspers) a uno se le 'alegra y calienta el corazón', porque la fuerza fundadora de comunidad y legisladora de la alianza revolucionaria está inmediatamente ante los ojos del lector con grandiosa sencillez, a pesar del fracaso, a través del recuerdo escrito, y en el lector se aviva una añoranza revolucionaria. Las personas de la historia son sacadas en cierto modo del curso obejtivo, historicamente sabido, de la historia, y son llevadas de nuevo al interno escenario vivo del propio mundo de la vida, que a su vez es pensado de nuevo como espacio público. Detrás de eso está la representación platónica de que, a diferencia de la opinión de Aristóteles, la literatura sobre las cosas trágicas no narra para hacer que los hombres compartan el sufrimiento a través de la compasión, sino, sobre todo, para lograr que en este mundo donde los valores han caído en desuso, se mantenga despierta en el lector la existencia de valores y conceptos, en un lector que en la lectura juega a realizar el pensamiento; o sea, para dar nueva vida a representaciones colectivas encerradas. Esta idea acuñaba Vita activa y la colección de ensayos sobre elementos cuestionados de la tradición" (p. 79-80).
"Hannah Arendt, en contraposición a Martin Heidegger, acentuó una vez que el hombre es arrojado 'no al mundo', sino 'a la tierra', pues en primer lugar nace. Solo más tarde aparece 'en el mundo', puede revelarse hablando y actuando, y erigirse el mundo como su patria en la tierra. Y de nuevo en confrontación con Heidegger, dice que el hombre por su ser-en-el-mundo se libra de su mero ser é mismo. Por más que Arendt compartía la distinción existencialista entre facticidad y existencialidad, entre 'tener que' ser-ahí y 'poder' ser-ahí, en ella se trata de la constitución de un concepto del mundo, y este se distingue de 'la luz de lo público lo oscurece todo', de Heidegger, y de 'en ningún lugar sino dentro habrá mundo', de Rilke" (p. 130).
"El pensamiento y la escritura, lo mismo que el teatro, tienen la posibilidad de que, a través de las citas, metáforas, ritmos y tropos, un saber lejano, pasado, y con ello amenazado por el olvido, comparezca en la preocupación en torno al hoy. Citas y fragmentos interrumpen la propia voz y el propio curso del pensamiento, pueblan el texto que surge en el aposento silencioso, fracturan el curso de pensamiento. Los fragmentos de experiencia extraña se transmiten en la cita y, como fragmentos desmontados de su contexto originario, siguen contando algo de lo que está escondido en el trasfondo del todo, que no puede perderse y, a la vez, a través de lo otro que irrumpe, aleja de si claramente el ideal de la formación de la totalidad, o sea, la forma cerrada" (p. 134).