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Tuve ocasión de comprobar en mí mismo que el hombre, cuando sufre, se forma una idea muy particular del bien que los demás podrían hacerle, según él desea y pretende, como si el hecho de sufrir le confiriese derecho a una compensación; y del mal que él les puede hacer a sus semejantes como si también para ello le autorizase el sufrimiento. Y en no haciéndoles los demás el bien como en cumplimiento de un deber, ya está acusándolos y disculpándose a sí mismo de cuanto mal pueda inferirles como investido de un derecho. (199)
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Caléme el sombrero hasta los ojos, y bajo la fina llovizna que ya caía del cielo alejéme de allí, aunque considerando por vez primera que sí, que era hermosa, sin duda, aquella mi libertad ilimitada, pero también un poco tirana, ya que no me consentía ni siquiera comprarme un insignificante perrillo. (123)
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Pero quizá la verdad fuese ésta: que con aquella mi ilimitada libertad se me hacía muy cuesta arriba empezar a vivir de ningún modo. Siempre que ya estaba a punto de adoptar una resolución cualquiera, sentíame como cohibido y me parecía ver un sinfín de impedimentos y sombras y obstáculos. (134-135)
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Luigi Pirandello, El difunto Matías Pascal, Alianza Ed. El libro de bolsillo, 38.
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jueves, 2 de junio de 2011
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