miércoles, 12 de diciembre de 2007

Propuestas para definir al lector ideal (Alberto Manguel)

El lector ideal es el escritor en el instante anterior a la escritura.


El lector ideal no reconstruye un texto: lo recrea.


El lector ideal no sigue el hilo de la narración: avanza con él.


Un célebre programa de radio para niños en la BBC siempre comenzaba con la pregunta: "¿Estáis sentados cómodamente? Entonces podemos empezar". El lector ideal sabe sentarse cómodamente.


Imágenes de san Jerónimo lo muestran detenido en su traducción de la Biblia, escuchando la palabra de Dios. El lector ideal debe aprender a escuchar.


El lector ideal es un traductor. Es capaz de desmenuzar un texto, retirarle la piel, cortarlo hasta la médula, seguir cada arteria y cada vena, y luego poner en pie a un nuevo ser viviente. El lector ideal no es un taxidermista.


El lector ideal existe en el momento que precede a la creación.


Para el lector ideal, todos los recursos literarios son familiares.


Para el lector ideal, toda anécdota es novedosa.


"Uno debe ser algo inventor para leer bien". Ralph Waldo Emerson.


El lector ideal tiene una ilimitada capacidad de olvido. Puede borrar de su memoria el hecho de que Dr. Jekyll y Mr. Hyde son la misma persona, que Julien Sorel será decapitado, que el nombre del asesino de Roger Ackroyd le es conocido.


El lector ideal no se interesa por los escritos de Michel Houllebecq.


El lector ideal sabe aquello que el escritor sólo intuye.


El lector ideal subvierte el texto. El lector ideal no se fía de la palabra del escritor.


El lector ideal procede por acumulación: cada vez que lee un texto, agrega una nueva capa de memoria al cuento.


Todo lector ideal es un lector asociativo. Lee como si todos los libros fueran la obra de un único escritor, prolífico e intemporal.


El lector ideal no puede volcar su conocimiento en palabras.


Al cerrar un libro, el lector ideal siente que, de no haberlo leído, el mundo sería más pobre.
El lector ideal es como Joseph Joubert que arrancaba de los libros de su biblioteca las páginas que no le gustaban.


El lector ideal tiene un perverso sentido del humor.


El lector ideal nunca cuenta sus libros.


El lector ideal es a la vez generoso y avaro.


El lector ideal lee toda literatura como si fuera anónima.


El lector ideal usa con placer el diccionario.


El lector ideal juzga a un libro por su cubierta.


Al leer un libro de hace siglos, el lector ideal se siente inmortal.


Paolo y Francesca no eran lectores ideales, ya que le confiesan a Dante que, después del primer beso, ya no leyeron más. Un lector ideal hubiese dado el beso y seguido leyendo. Un amor no excluye al otro.


El lector ideal no sabe si es o no el lector ideal hasta después de acabado el libro.


El lector ideal comparte la ética de Don Quijote, el deseo de Madame Bovary, el espíritu aventurero de Ulises, la desfachatez de Zazie, al menos mientras dura la narración.


El lector ideal recorre con placer senderos conocidos. "Un buen lector, un lector con mayúscula, un lector activo y creativo es un relector". Vladímir Nabokov.


El lector ideal es politeísta.


El lector ideal guarda, para un libro, la promesa de la resurrección.


Robinsón no es un lector ideal. Lee la Biblia para encontrar respuestas. Un lector ideal lee para encontrar preguntas.


Todo libro, bueno o malo, tiene su lector ideal.


Para el lector ideal, todo libro es, en cierta medida, su autobiografía.


El lector ideal no tiene una nacionalidad precisa.


A veces, un escritor debe esperar varios siglos para encontrar a su lector ideal. Blake necesitó ciento cincuenta años para encontrar a Northrop Frye.


El lector ideal según Stendhal: "Escribo para apenas cien lectores, para seres infelices, amables, encantadores, nunca morales o hipócritas, a quienes me gustaría complacer. Apenas si conozco a uno o dos".


El lector ideal ha sido infeliz.


El lector ideal cambia con la edad. El lector ideal de los Veinte poemas de amor de Neruda a los catorce años puede no serlo a los treinta. La experiencia empaña ciertas lecturas.


Pinochet, al prohibir Don Quijote por temor a que el libro pudiera leerse como una defensa de la desobediencia civil, fue su lector ideal.


El lector ideal nunca agota la geografía de un libro.


El lector ideal debe estar dispuesto a no sólo suspender su incredulidad sino a adoptar una nueva fe.


El lector ideal nunca dice: "Si solamente...".


Escribir en los márgenes de un libro es marca del lector ideal.


El lector ideal proselitiza.


El lector ideal es veleidoso sin sentirse jamás culpable.


El lector ideal puede enamorarse de al menos uno de los personajes de un libro.


Al lector ideal no le preocupan los anacronismos, la verdad documental, la precisión histórica, la exactitud topográfica. El lector ideal no es un arqueólogo.


El lector ideal exige rigurosamente que se mantengan las leyes y reglas que cada libro crea para sí mismo.


"Hay tres clases de lectores: la primera, aquellos que gustan de un libro sin juzgarlo; la tercera, aquellos que lo juzgan sin gustarlo; y otra, entre las dos, que juzgan mientras gustan de un libro y gustan de un libro mientras lo juzgan. Estos últimos dan nueva vida a una obra de arte, y no son muchos". Goethe, en una carta a Johann Friedrich Rochlitz.


Los lectores que se suicidaron después de leer Werther no eran lectores ideales sino meramente sentimentales.


El lector ideal es pocas veces sentimental.


El lector ideal desea llegar al final del libro y, al mismo tiempo, que el libro no acabe.


El lector ideal nunca se impacienta.


Al lector ideal no le interesan los géneros literarios.


El lector ideal es (o parece ser) más inteligente que el escritor. Pero no por eso lo menoscaba.


Llega un momento en que todo lector se considera un lector ideal.


Las buenas intenciones no producen lectores ideales.


El Marqués de Sade: "Sólo escribo para quienes pueden entenderme, y éstos me leerán sin correr peligro".


El Marqués de Sade se equivoca: el lector ideal siempre corre peligro.


El lector ideal es el personaje principal de toda novela.


Valéry: "Un ideal literario: saber por fin no llenar la página de nada excepto el lector".


El lector ideal es alguien con quien el escritor podría pasar la noche, a gusto, con una copa de vino.


No debe confundirse lector ideal con lector virtual.


Un escritor no es nunca su propio lector ideal.


La literatura depende, no de lectores ideales, sino de lectores suficientemente buenos.

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Alberto Manguel
El País/Babelia/29-11-2003

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lunes, 10 de diciembre de 2007

La farsa de la desolación (Javier Marías sobre Thomas Bernhard)

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Hay escritores horribles, malos, pasables, buenos y excelentes. Los hay incluso, geniales. Pero también hay otros en los que su calidad es un asunto secundario, aunque sin duda se les reconozca. Son los escritores que crean adicción, o dicho de otra forma, con los que el lector establece una relación más parecida a la del hincha de fútbol con su equipo o a la de la quinceañera con su ídolo musical. De esos autores se lee todo y se quiere siempre más; se atiende y hasta se recorta cuanto se publica sobre ellos, se guardan las entrevistas y las reseñas de sus obras; se compran grabaciones o vídeos si los hay: fácilmente se convierte uno en coleccionista. Estos escritores son rarísimos, más infrecuentes incluso que los geniales, y ya es decir. Y la falta de textos suyos se vive como una privación. Así, cuando mueren -si estaban vivos-, el lector adicto puede sentir algo muy próximo a la desgracia personal, aunque jamás haya visto en persona al difunto. Para mi, como para mucha otra gente de toda Europa, Thomas Bernhard ha sido el penúltimo escritor de esta índole, muy peligrosa, por cierto, para el lector que a su vez es escritor, pues puede verse irremisiblemente contagiado en su escritura por un influjo tan poderoso como buscado. Más aún en el caso de Bernhard, cuyo estilo es enormemente pegadizo, como una inoculación. Buena prueba de ello es la extraña y lamentable escuela que ha creado en nuestro país, donde desde hace algún tiempo abundan las novelas contaminadas por Bernhard y los novelistas que creen que basta con despotricar de todo y mostrarse coléricos, resentidos y negativistas para hacer buena literatura. Como sucede con Kafka, Joyce o Beckett, lo peor de ellos son los kafkianos, los joyceanos y los beckettianos, su verdadero azote. Sólo señalaré un rasgo de Bernhard que cada vez he visto más en sus escritos y que precisamente parece pasar inadvertido para la mayoría de los bernhardianos, quienes se lo toman con una solemnidad de espanto y una literalidad propia de párvulos: su sentido del humor. Es más, hoy lo veo como un escritor esencialmente cómico, y que por eso, con ser desolador, no resulta casi nunca deprimente ni sórdido, cosas bien distintas. Basta con saber que gran parte de su autobiografía era falsa -y por tanto dickensiana-, o con leer Trastorno o Maestros antiguos o El malogrado, para sospechar que el ceño de Bernhard no se diferenciaba mucho del que solía fruncir aquel "malo" alto y grandón de las películas de Charlot, aprovechándose de sus disparatadas cejas. Lo que hay en él es sobre todo la desolación de la farsa, o si se prefiere, la farsa de la desolación. Y como buen adicto, y para no saberme definitivamente privado de Bernhard, aún tengo sin leer su última novela, Extinción, para cuando se me haga en verdad insoportable la necesidad de una generosa dosis.


© Javier Marías El País/Babelia, 1996
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Thomas Bernhard (Poème)

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Au milieu de la représentation
Par exemple au milieu de l'aria de la vengeance
s'arrêter de chanter
laisser tomber les bras
ignorer l'orchestre
ignorer les partenaires
ignorer le public
tout ignorer
rester là
et ne rien faire
et tout regarder fixement
regarder fixement vous comprenez
brusquement tirer la langue

Thomas Bernhard
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